De este modo, cualquier probable entusiasmo inicial con Loyola Records se enfriará al poco andar porque el lugar desde donde se autositúa no es cool ni tiene glamour. Es excéntrico, sus merodeos poseen todo el rollo de la falta de majestad intelectual que choca contra el porte y altura del Olimpo de la oficialidad. Sí, también con el porte y altura del Olimpo de la oposición. E incluso, con el porte y altura del Olimpo de la disidencia. Cuestiones que se hilan entre sí. Chifladura súper chocante, porque te enfrascas en un ethos por donde se cuelan hartas cosas que nunca esperan nada de nadie. Que avanzan jugadas en su propia desilusión. Desmoronadas, confundidas, desprestigiadas por ver cómo se cuecen los opacos e infinitos dobleces de la no ficción. Léase, los diversos ajustes con la democracia “a la chilena”. Por cierto, el punto es que puedes ser borrado de un día para otro. Desaparecido por una delirante generación de generaciones, numéricamente pequeña pero altamente influyente en el manejo de redes. Y galimatías. Sin pausa ni tregua.
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