Lo importante, entonces como ahora, es la conciencia de operar transponiendo o resignificando equipamiento industrial, obsoleto o no, en un proyecto de arte con la tecnología de consumo que está a mi alrededor. Y considerar, incluso sin tener una base tecnológica, cómo la pregunta de sentido nos hace adquirir criterios y conocimientos para concretar una intención de confluencia no sólo de lo artístico con la ciencia y la tecnología. Me explico, es indiscutible que el desarrollo de un país depende de la actividad tecnológica, pero todo en esta área debe estar ligado a otros factores en un desencadenamiento causal. El Informe de Competitividad Global elaborado por el Foro Económico Mundial (WEF) reveló que los ítems mejor evaluados de Chile son el funcionamiento de las instituciones y la estabilidad macroeconómica. Al contrario de lo que advierte en salud y educación primaria, educación superior y capacitación, eficiencia del mercado laboral, sofisticación del mercado financiero y disponibilidad tecnológica. Se confirma así que somos una economía pequeña, abierta al comercio y flujo de capitales pero con baja inversión del producto interno bruto en investigación y desarrollo. En sentido estricto, los indicadores permiten concluir que la tecnología de investigación no es prioritaria a diferencia de la implementación tecnológica, y esto marca, queramos o no, las condiciones para conocer sus puntos de contacto con el arte. Realidad que la mayoría de quienes promueven el arte medial local evitan o nunca piensan de manera seria y escrupulosa.
viernes, 30 de septiembre de 2011
jueves, 29 de septiembre de 2011
MERIDIANO 44
miércoles, 28 de septiembre de 2011
MERIDIANO 45
Lo problematizado por Loyola Records han sido las semblanzas culturales de las tendencias político-artísticas de Chile. A partir de la recepción de una obra transmitida a distancia desde un país andino, latinoamericano y sin ninguna incidencia en la historia del arte. Sólo célebre por perder y restablecer los poderes democráticos de manera contradictoria. Será bajo esta situación que mi obra empieza a profundizar en los modos de prescindir de los espacios museales y galerísticos, incluso, el de las convocatorias artísticas. Fue cuando decidí producir obras “ubícuas” para reproductores portátiles de cintas magnéticas (cassettes) personales y sistemas de grabación y reproducción analógica de video, luego, di paso al uso del fax. Lo producido no buscaba la anulación del objeto artístico ni el protagonismo de lo tecnológico, sino dar cuenta que lo que un artista hace no depende del peso del lugar donde la obra se exhibe. Sea un museo de prestigio internacional o una anónima sala de barrio. Se trataba de cuestionar el modo de evaluación del quehacer artístico chileno: la jerarquización de los lugares de exposición, modo de valoración que denigra y desacredita el valor de la experiencia artística contemporánea en sí. La electrónica de consumo, y en particular, la telefonía serían mis herramientas para debatir al respecto.
Venus de мыло
martes, 27 de septiembre de 2011
MERIDIANO 46
En cualquier caso, lo contracultural desdeña el sentido del clasismo en sintonía con el vértigo generacional de vivir lo inmediato, un detalle significativo en sintonía con mi temprano interés por las transmisiones fax y las contestadoras telefónicas, y posteriormente con la web. Derroteros que me permitieron prescindir de los espacios tradicionales de exhibición y exponer “a distancia” desde un país sin incidencia artística, reduciendo la objetualidad del envío a su degradación o disipación en el espacio-tiempo virtual. En gran medida, porque había descubierto que uno de los problemas del arte chileno era la comparecencia de obra. Tuve conocimiento de la existencia del arte por televisión, mediante los documentales. La misma fecha en la que fui por primera vez a un museo. Ahí, en el espacio dedicado a las musas y, por extensión, al acogimiento de las obras señeras del espíritu moderno, se reveló un punto de extrañeza que transitará en toda mi obra: la anormalidad, la rareza que adquiere el estatuto del arte desde un lugar donde lo observado nada tiene que ver con lo registrado por Kenneth Clark. La puesta en acto de esta fantasía infantil fue la intuición de nuestra insignificancia artística, un lugar exorcizado mediáticamente sólo por su salvaje naturaleza regida por las leyes del caos tectónico y su aún más salvaje mundo de redención política.