sábado, 17 de septiembre de 2011

MERIDIANO 56


La mirada escéptica o descreída resulta difícil para algunos, y obvio para otros, ante esta cultura del rebuscamiento pero alegoriza el ambiente enrarecido y ninguneador propio de las sociedades más desiguales y segregadas del mundo y representa la variedad ilusoria de un país que aparece con los mejores indicadores económicos y sociales del continente. Larga historia en un país de pocos millones de habitantes y con escuelas universitarias de arte en un crecimiento exponencial tan absurdo como sus aranceles, los más caros del mundo en proporción al ingreso per cápita (según la OCDE). Todas ellas enfrentando un doble desafío: convencer a los dueños de sus respectivas instituciones que económicamente son sustentables y ser capaz de neutralizar a la numerosa competencia. Por eso, no es casual mi interés por un (sub)género fílmico que no sólo se apropia de uno ideológicamente ajeno, también por su manera desenvuelta de citar el sentimiento de descontento ante las perspectivas poco satisfactorias de una realidad desconcertante. A través de conductas cínicas, sin moral social y comprometidas sólo con el propio profesionalismo.

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