Lo problematizado por Loyola Records han sido las semblanzas culturales de las tendencias político-artísticas de Chile. A partir de la recepción de una obra transmitida a distancia desde un país andino, latinoamericano y sin ninguna incidencia en la historia del arte. Sólo célebre por perder y restablecer los poderes democráticos de manera contradictoria. Será bajo esta situación que mi obra empieza a profundizar en los modos de prescindir de los espacios museales y galerísticos, incluso, el de las convocatorias artísticas. Fue cuando decidí producir obras “ubícuas” para reproductores portátiles de cintas magnéticas (cassettes) personales y sistemas de grabación y reproducción analógica de video, luego, di paso al uso del fax. Lo producido no buscaba la anulación del objeto artístico ni el protagonismo de lo tecnológico, sino dar cuenta que lo que un artista hace no depende del peso del lugar donde la obra se exhibe. Sea un museo de prestigio internacional o una anónima sala de barrio. Se trataba de cuestionar el modo de evaluación del quehacer artístico chileno: la jerarquización de los lugares de exposición, modo de valoración que denigra y desacredita el valor de la experiencia artística contemporánea en sí. La electrónica de consumo, y en particular, la telefonía serían mis herramientas para debatir al respecto.
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