viernes, 28 de octubre de 2011

MERIDIANO 12


De este modo, cualquier probable entusiasmo inicial con Loyola Records se enfriará al poco andar porque el lugar desde donde se autositúa no es cool ni tiene glamour. Es excéntrico, sus merodeos poseen todo el rollo de la falta de majestad intelectual que choca contra el porte y altura del Olimpo de la oficialidad. Sí, también con el porte y altura del Olimpo de la oposición. E incluso, con el porte y altura del Olimpo de la disidencia. Cuestiones que se hilan entre sí. Chifladura súper chocante, porque te enfrascas en un ethos por donde se cuelan hartas cosas que nunca esperan nada de nadie. Que avanzan jugadas en su propia desilusión. Desmoronadas, confundidas, desprestigiadas por ver cómo se cuecen los opacos e infinitos dobleces de la no ficción. Léase, los diversos ajustes con la democracia “a la chilena”. Por cierto, el punto es que puedes ser borrado de un día para otro. Desaparecido por una delirante generación de generaciones, numéricamente pequeña pero altamente influyente en el manejo de redes. Y galimatías. Sin pausa ni tregua.

jueves, 27 de octubre de 2011

MERIDIANO 13



El formato demo en Fuckin’Marcianos no es aquello que los músicos identifican con las grabaciones rápidas, las maquetas sin arreglos, aunque tiene mucho de eso. En realidad, me permite remitir al carácter procesual de Loyola Records desde su comienzo. Entiendo cada una de las versiones de Fuckin’Marcianos como “ejercicios de estilo”. Y, aunque la idea no fue dada por la obra de Raymond Queneau, del mismo título, comparto y hago propio el trasfondo de su libro, explicado por él mismo artista dieciséis años después de haber sido publicado. Con estas vicisitudes de fondo, Loyola Records urde su trama. Y obviamente porque mi label es menos dado a deprimirse con la quitada de saludo. En el fondo, para un fan del arte, como lo soy, resulta un verdadero agrado rayar con los procesos artísticos sin los delirios mesiánicos de las élites, me refiero a sus disputas respecto a conflictos de intereses, intrigas de palacio, traiciones y escándalos. Esto fue un descubrimiento positivo. Y extravagante.

MERIDIANO 14


Confirmaba que la utopía del arte es sostenible haciendo arte a la manera que a uno le guste. Y no tener miedo de hacer cosas aparentemente raras a los ojos de los demás. Entre ellas, planificar exhibiciones como si fueran discos: un conjunto de obras que, según la ocasión son presentados como sencillos (singles), larga duración (LP), versiones extendidas (EP), ediciones piratas (bootleg) o compilados. Y enfatizar, mi desinterés en ser músico o miembro de una banda. Porque si Loyola Records es una alegoría que remite a un presente nombrado de antemano, Fuckin’Marcianos y su formato conceptual de demo, metaforiza el siempre subvalorado arte de revisitar irónicamente las maneras de nombrarnos, yuxtaponiendo el insolente nombre-símbolo de la maqueta a su propia temporalidad (obra inconclusa), que nunca se realizará por completo, que nunca se terminará de editar o que nunca formará parte de producción alguna. Salvo como una compilación de todas sus versiones.

miércoles, 26 de octubre de 2011

MERIDIANO 15


Con Loyola Records quise parodiar la lógica corporativa. Conceptualizo mis exposiciones como si fueran fechas de una gira rockera. El concepto resultó algo incomprensible. Creo que incluso hoy. El asunto es que cada exposición es conceptualizada como un calendario de conciertos en gira. Una gira que tomará noventa años. Donde las obras exhibidas las identifico siempre como si fueran canciones de tres minutos. Canciones que en sí son extensiones sinestésicas y desplazamientos retóricos del cuerpo del arte. La memoria del cuerpo artístico. En todas mis “exposiciones-recital” busco que dicha memoria equilibre furia y melodía. Reconozco que todo resulta delirante y hasta evasivo. Por ejemplo, cuando invité en 1991 a una de mis “fechas” por televisión, provocando un desborde que obligó al dueño de la galería a suspender mi “concierto-exposición” al cuarto de hora de iniciada la muestra, cortando la luz y despertando la rabia catártica en el lugar. La últimas veces que repetí "fechas" como ésta fue cuando coordiné dos encuentros de Alfredo Jaar en el Salón de Honor de la Universidad de Chile (2006 y 2008) y un tributo a Cagón & Crista en el Auditorium del Campus Juan Gómez Millas (2010). El reconocimiento masivo, o algo parecido a eso, no era significativo. Lo importante era confirmar que el método de conceptualizar el propio hacer con desplazamientos irónicos desde la industria cultural me permite problematizar los papeles de “autor” y “productor” fomentados por algunos artistas del siglo pasado.

MERIDIANO 16


Sin obviar lo inacabado y su repetición durante nueve décadas, el universo retórico y simbólico de Loyola Records parece, a primera vista, desestructurado y caótico pero existe todo un sistema de paralelismos culturales como versionar de diferentes maneras la pintura inconclusa. Cada repetición es una versión, un “cover” como dicen en la industria discográfica, interpretando de manera fiel en algunos casos y en otros no tanto a la obra sin terminar. Con el transcurso del tiempo, estos “covers” han adoptado distintas formas de expresión provenientes tanto de las bellas artes, pasando por las artes plásticas y las artes audiovisuales, hasta las multimediales. La totalidad de los covers no sólo conforman la Obra Invisible, también constituyen una peinture d’Historie porque dan cuenta de la única manera que tienen los artistas de autovalidarse en Chile: universitariamente. Me propuse pensar la globalidad desde lo local, en particular, desde un país latinoamericano y andino que ha sido laboratorio del economicismo. Y desmontando ciertos tópicos del arte chileno reciente como la sobreteorización y el escuelismo. Me resulta inquietante no me sentirme identificado con el arte contemporáneo chileno ni representado por el arte chileno en general aunque todo lo que hago es resultado de dicho contexto.