Me gusta insistir en cómo las constantes del trabajo artístico del siglo pasado estuvieron dirigidas hacia una ampliación y liberación de lenguaje de las artes, permitiendo adecuar de manera abierta y precisa la idea que se tenía del arte y sus materializaciones mucho antes. Dando con ello, prioridad a aspectos tales como el papel del artista en el seno de su propio proceso creativo mediante la experiencia del tiempo, la identidad y la condición híbrida de la práctica artística. Cuando me refiero a “manera abierta”, estoy considerando el azar. Del mismo modo, al decir “lo preciso” hago alusión a lo algorítmico. Temas que involucran intereses propios de hyphenates (aquellos que no necesitan que escriban otros sobre uno) y mavericks (quienes trabajan de espalda a la institución, siendo igual absorbidos por ella, previa demostración del talento independiente). Presupuestos estéticos y expresivos finiseculares que alimentaron el desafecto de Loyola Records por las galerías, museos o colectivos y embarcarse en estudiar las influencias del capitalismo de finales del siglo veinte y sus efectos en la cultura a través de una autogestión delirante, obras a nivel usuario, bajo ninguna presión o plazo límite y en un taller itinerante que llamé Donde Loyola, similar a los sound systems jamaicanos.
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