El formato demo en Fuckin’Marcianos no es aquello que los músicos identifican con las grabaciones rápidas, las maquetas sin arreglos, aunque tiene mucho de eso. En realidad, me permite remitir al carácter procesual de Loyola Records desde su comienzo. Entiendo cada una de las versiones de Fuckin’Marcianos como “ejercicios de estilo”. Y, aunque la idea no fue dada por la obra de Raymond Queneau, del mismo título, comparto y hago propio el trasfondo de su libro, explicado por él mismo artista dieciséis años después de haber sido publicado. Con estas vicisitudes de fondo, Loyola Records urde su trama. Y obviamente porque mi label es menos dado a deprimirse con la quitada de saludo. En el fondo, para un fan del arte, como lo soy, resulta un verdadero agrado rayar con los procesos artísticos sin los delirios mesiánicos de las élites, me refiero a sus disputas respecto a conflictos de intereses, intrigas de palacio, traiciones y escándalos. Esto fue un descubrimiento positivo. Y extravagante.
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