Fue en las postrimerías del siglo veinte, combinando narraciones sobre la modernización neoliberal y alguna que otra odisea personal, cuando un 17 de febrero de 1987, en la plaza de armas de Talca, tomé la decisión de explorar los límites del imaginario común y corriente latinoamericano, dejando inconclusa una tavoletta concebida cuidadosamente para reconstruir el proyecto cultural chileno. Nunca la terminé. La dejé a medias. Estaba fundido porque llevaba casi una década sin un verano libre, y tenía paranoias psicópatas con los resultados de la prueba de admisión a la universidad. El asunto es que mientras la Guerra Fría y las Dictaduras pasaban de moda, titulé Fuckin’Marcianos a mi pintura incompleta. Tiempo después supe que un 17 de febrero pero de 1793, el revolucionario Danton obligó a excavar la tumba de su esposa, fallecida mientras él estaba fuera del país, al escultor Claude André Deseine para que ejecutara la máscara mortuoria para un busto conmemorativo.
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