miércoles, 5 de octubre de 2011

MERIDIANO 38


Una vez que la tendencia de la Obra Invisible al ocultamiento es reconocida, resulta difícil saber hasta qué punto se impone el ocultamiento al resto de su contenido. Me apetece, al respecto, ponderar dos observaciones sobre la invisibilidad artística en las transformaciones de determinados sectores en la escena cultural: supuestamente cuando la actividad artística atraviesa un período de auge, las instituciones experimentan una expansión productiva y se incrementan sus niveles de beneficio. Como consecuencia, adquieren una mayor visibilidad para los espectadores, aumentando la demanda de artistas de estas sociedades y la institucionalidad comienza a progresar. Segundo, a medida que la invisibilidad avanza en su expansión, la demanda de indiferencia aumenta y con ello los beneficios de visibilización de la actividad ideológica, incidiendo en la recuperación perceptual de las acciones culturales. Una cuestión debatible pero con sus momentos de fascinación y entusiasmo. Por eso, sin dejar de lado el exponencial descuido, nivel de abandono y frialdad manifestado por el actual sistema en su relación con las Artes, se debe arriesgar la pregunta de sentido en una leyenda urbana, que algunos dan por cierta, y que atribuye a los artistas la incapacidad para operar con lógica y coherencia, salvo de manera autorreferencial o ejemplificando otros saberes. Obviamente, mi idea nunca ha sido negar sino explorar y agotar todos los patrones y pruebas circunstanciales que estructuran dicho mito. Antes que el codo del Estado borre totalmente lo que su mano coquetamente ha creado.

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