Considerando mi siempre manifiesta apatía con el circuito artístico local y en particular, para ser un artista cuya obra no tiene nada que ver con lo realizado con quienes fueron mis profesores, compañeros de generación y pares en general, sumado al asunto de haber sido beneficiario de una tutela artística con la guía de relevantes creadores que me permitió hacer propio el arte chileno del siglo veinte sin segundas o terceras fuentes y, por último, tras asumir tempranas responsabilidades administrativas en la escuela de arte más antigua del país, en retrospectiva, afirmo que en nuestra contemporaneidad artística la tradición del academicismo y la pintura histórica decimonónica pervive fantasmáticamente en su afán de ser agente de la historia política, mediante la doctrina de las escuelas de arte y los fondos concursables.
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