Con Loyola Records quise parodiar la lógica corporativa. Conceptualizo mis exposiciones como si fueran fechas de una gira rockera. El concepto resultó algo incomprensible. Creo que incluso hoy. El asunto es que cada exposición es conceptualizada como un calendario de conciertos en gira. Una gira que tomará noventa años. Donde las obras exhibidas las identifico siempre como si fueran canciones de tres minutos. Canciones que en sí son extensiones sinestésicas y desplazamientos retóricos del cuerpo del arte. La memoria del cuerpo artístico. En todas mis “exposiciones-recital” busco que dicha memoria equilibre furia y melodía. Reconozco que todo resulta delirante y hasta evasivo. Por ejemplo, cuando invité en 1991 a una de mis “fechas” por televisión, provocando un desborde que obligó al dueño de la galería a suspender mi “concierto-exposición” al cuarto de hora de iniciada la muestra, cortando la luz y despertando la rabia catártica en el lugar. La últimas veces que repetí "fechas" como ésta fue cuando coordiné dos encuentros de Alfredo Jaar en el Salón de Honor de la Universidad de Chile (2006 y 2008) y un tributo a Cagón & Crista en el Auditorium del Campus Juan Gómez Millas (2010). El reconocimiento masivo, o algo parecido a eso, no era significativo. Lo importante era confirmar que el método de conceptualizar el propio hacer con desplazamientos irónicos desde la industria cultural me permite problematizar los papeles de “autor” y “productor” fomentados por algunos artistas del siglo pasado.
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