lunes, 24 de octubre de 2011

MERIDIANO 26


A pesar que en 1994 todavía no podías acceder a nivel usuario a la Internet, disponías de algunas direcciones electrónicas, confirmando la intuición que el no-futuro ya estaba aquí y la urgencia de prepararnos artísticamente para habitar el espacio de los mundos informáticos. Porque más temprano que tarde, el acceso al mundo de los computadores permitiría al artista experimentar en los medios de comunicación una libertad no existente en el mundo real. La puesta en funcionamiento masivo de la Internet en el país, me permitió que el objeto artístico no fuera resultado sólo de la transformación de información sino de la combinación de dos herramientas aparentemente inocuas, el teléfono y las bases de datos en red. Las obras por Internet supusieron para Loyola Records una mayor aproximación al temprano deseo de estar en diálogo ante un objeto descreído de sí, desarrollado para comparecer bajo las condiciones ubicuas requeridas por la omnipresencia de una red de computadores interconectados. La irrupción de las redes electrónicas no hizo más que corroborar todo lo que estaba haciendo desde antes de ingresar a la academia: la inversión del concepto de espacio público por el de presencia telemática.

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