Toda pretensión, práctica y teórica, de institucionalización y creciente visibilidad de las artes con las ciencias y la tecnología debe ser confrontada con lo que sucede en otras partes del mundo, no sólo porque lo que uno da por entendido en una parte, quiere decir una cosa distinta en otro lugar. Sino porque es la única manera de resolver la disociación entre la conducta transdisciplinaria y las matrices socio-económicas en las identidades artísticas. Los usos artísticos de las ciencias y la tecnología en Chile después del final abrupto de las utopías, en los años setenta, quedaron relegadas a gestiones de proyectos a corto plazo. Y, también, a las interrelaciones entre Estado y empresarios sobre la base de fondos descentralizados alternados con una ley de donaciones culturales que condona impuestos en gastos –no confundir con utilidades- y posiciona la marca. Este contexto, sin obviar los complejos momentos económicos por los que ha pasado la región, explica cómo la telefonía chilena fue históricamente prestada por empresas estatales y cómo cuando se abrió el mercado a la participación privada, su desregulación impulsó la competencia, aumentando su tasa de penetración , alcanzando en gran medida a los hogares de rentas bajas. Esto ocurrió mientras cursaba mis estudios artísticos y universitarios, época donde me propuse realizar exposiciones que desmontaran el contexto de una obra exhibida, el ritual social de la inauguración, la documentación y difusión de la muestra hasta la mercantilización de lo expuesto. Una vez egresado, decidí ser un artista que prescinde de los espacios artísticos, sus convocatorias y, del mismo modo, elude la vida social a la que está asociada.
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