miércoles, 12 de octubre de 2011

MERIDIANO 31


Vale la pena aclarar que cada obra de Loyola Records intenta ser desarrollada bajo un registro de “realismo documental” para hacer más soportable, mediante el uso del trompe l’oeil, el nivel fantástico y arrebatado de la cita, la alusión, el reciclaje y el revisionismo. Capacidad mimética que permite la lectura de la globalidad ensayada en el experimento político chileno, adentrándome en el barrizal de una actualidad que retorna a la espectacularización y estetización de todo lo que el economicismo encuentra en su camino. Dicho esto, probablemente, Loyola records confunda incluso a quienes se interesan en saber qué es lo que hay detrás del proyecto. Todo esto costaba apreciarlo a finales de los años ochenta. Y los noventa. Incluso, en el nuevo siglo. Sin embargo, llegué a un punto de confianza tan grande que para evitar un antojadizo y prematuro acomodo a las meticulosidades corporativas del sistema, radicalicé la membresía de quienes han participado en el proyecto mediante tareas específicas (colaboración) y un trabajo realizado en común (cooperación): “todo quien tome contacto voluntario o involuntario con Loyola Records es un integrante más del proyecto”, afirmando de esta manera la posibilidad de un absurdo colectivo artístico infinito y a la vez acotado para reflexionar sobre la sensibilidad suficiente o la biografía requerida para explorar la crisis de la noción de autor y obra. Metodología de creación que avanza por los conflictos y matices de algo parecido al neoísmo o el copylef y que llamé Performances Erráticas.

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