El uso de la metáfora spaghetti westerns junto a mi repertorio de términos Loyola Records, Obra Invisible, Fuckin’Marcianos, Arte Lightco, Estética Indi o Constructo Neopompier conectan paródicamente con las reformas políticas y económicas realizadas en la década del 80, donde el arribismo, el abajismo y el consumo son sus formas de estatus. No en vano acusas recibo de los avatares de una clase mesocrática que se desea aristocrática, por razón de sus amarres de poder que vienen desde la dictadura. Ante ello fue inevitable que el término Obra Invisible lo arrancara de la filosofía económica y no desde posturas artísticas. En realidad, lo encadené desde el mito de la Mano Invisible propuesto por Adam Smith y reciclado por Milton y Rose Friedman en La libertad para elegir. En esencia, la metáfora recogida por los Friedman supone que la mano invisible del mercado es quien mejor asigna los recursos, coordinando “invisiblemente” la organización del Estado, a excepción de la mantención de la ley y el orden, la supervisión de la moneda y el manejo de la defensa nacional. Teniendo estos antecedentes a la vista, lo que hice fue reemplazar la palabra “mano” por la de “obra”, expresando el componente político del régimen escópico, en tanto pulsión y escisión del hacerse ver en la sociedad de consumo neoliberal. La Obra Invisible alegoriza, así, el mote que los economistas de la Escuela de Chicago nos pusieron: el “milagro chileno”.
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