sábado, 23 de abril de 2011

querido Arturo, creo que yo también he colaborado en esa pieza aduanera en varias ocasiones. En una de las más intensas me enseñaron un plano con las penitenciarias del área de Chicago. Acababa de aterrizar en esa ciudad para pasar únicamente una noche allí y regresar al día siguiente a Madrid. Un viaje relámpago de esos en los que me considero experto. La policia americana sospechó que tenía intenciones manifiestamente terroristas. Me dijo un tipo mal encarado que siguiera la línea roja y así llegué a una habitación donde, como si fueran psicofonías, comencé a escuchar voces. Tras largos minutos de espera entendí que eran órdenes imperiosas: me tenía que quitar los cordones de los zapatos y el cinturón del pantalón, esto es, quedar vendido y jodido ante cualquier eventual intento de escapatoria. Aparecieron dos individuos enfundados en un traje, lo juro, de deseactivación de explosivos tras un escudo transparente y con un ingenio mecánico intentaron abrir mi maletín. Tras hacer el chapucero me obligaron a hacerlo yo solamente con la mano izquierda. Basta que a un patoso le pidan eso para que salte por los aires todo el norte de los Estados Unidos. Pudieron, con ayuda de una microcámara remota, comprobar que había un par de libros, uno de ellos de Benjamin si la memoria no me falla y ni siquiera un calzoncillo. La pregunta imperiosa fue: ¿Who´s waiting for you? El sujeto que me recogía era Santana, un pintor español para más señas. Al oir el nombre no paraban de repetir si era mexicano, lo que, según pude deducir, añadía delito a mi desarreglo total. Ya era mucho que fuera solamente para una noche pero encima que me confabulara con un "espalda mojada" era delito punible con cárcel. Tenía dos opciones: dar inmediatamente la vuelta y esperar a que el primer avión (a la mañana siguiente) que devolviera a mi patria querida o salir, tras perder tres horas de interrogatorios, a territorio americano en cuyo caso si no había nadie esperando, eso me indicaron de la peor manera posible, o el interfecto les parecía sospechoso me facturarían ipso facto a la celda más cercana. Como no pensaba dormir, de ningún modo, en el duro suelo aeroportuario tiré "pa´lante". Menos mal que allí estaba Santana, al que no había visto antes en directo en mi vida. Su bigote le delataba, parecía un mexicano arquetípico. Casi le esposan sin preguntas. Menos mal que tenía la green card y pagaba más impuestos de los que uno pueda imaginar. Llegué al "W" Hotel y ya en pelotas a punto de ducharme vi, desde una plata elevada el lago Michigan helado. Menudo rato había pasado. Ahora me río, entonces las pasé estrechas. Ni siquiera tenía esos esquemas arquitectónico-renacentistas de Cariceo. Para la próxima meto en el equipaje el Gombrich para tener tema de conversación con los agentes aduaneros que, tras tanto trasiego de artistas, están a punto de apuntarse a un master en arte contemporáneo.

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