viernes, 22 de abril de 2011
A principios de 1965, un marchante de Toronto intentó importar ochenta cajas Brillo a Canadá, pero le pusieron trabas en la aduana canadiense. Como escultura, podría haber entrado libre de impuestos, pero la aduana consideró que se trataba de una mercancía y le exigió el pago de impuestos de importación de 4000 dólares. El caso de las esculturas de Brancusi se repetía, en cierto sentido. El dictamen se elevó hasta Charles Confort director de la National Gallery de Canadá, que se mostró de acuerdo con la aduana cuando le mostraron unas fotografías de las cajas de supermercado. "Pude comprobar que no eran una escultura", dijo. Por lo menos había un tipo que no era, como Arthur C. Danto, un abducido. Da pena leer, en su libro sobre Warhol, que las cajas "son bonitas". Es para hacerle tragar uno de los estropajos.
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