martes, 12 de abril de 2011
Me encuentro con María José Argenzio, artista ecuatoriana que se ha formado en Londres. Veo sus piezas con materiales orgánicos como manzanas o plátanos en los que cose obsesivamente o fija alfileres. El asunto de fondo de su indagación es mostrar el factor temporal, dotar de visibilidad a la putrefacción. En vez de tener el control de las obras en sus manos, deja que estas inicien su descomposición. Su estética circula entre la escultura, la instalación y el performance, una práctica híbrida en la que es manifiesto es componente femenino. Alegoriza los procesos vitales, con una oscilación sutil entre lo mórbido y lo delicado, la sutileza y el tono más crudo. Aflora una cierta compulsión de repetición que ha ido derivando desde una relación más íntima con las piezas a una serie de proyectos en los que remunera a otros para que ejecuten sus obras como un banano forrado de pan de oro en medio de una plantación. En cierto sentido ha intentado introducir en su discurso cuestiones crítico-políticas e identitarias sin caer en lo panfletario. Tal vez su tendencia a forrar o recubrir con cuerdas o alfileres árboles o frutos tenga que ver con un afán de hacer visible una tensión alegórica que trata de escapar del cripticismo. La intervención que más me ha interesado de cuanta ha realizado hasta el momento es un vídeo en el que únicamente aparecen los pies de una bailarina que lleva una zapatillas de ballet a las que se han cosido plomos de pesca. Esos elementos van sonando y desprendiéndose, forzando el cansancio, haciendo que el momento de “estar en puntas” lleve a la caída. Es como si levedad y pesadez estuvieran trenzadas en una especie de re-definición de la tarea de Sísifo. Resulta que la mujer que baila es la propia artista que se ejercito desde pequeña en esta disciplina (con toda la connotación disciplinaria que tiene este arte de la repetición que genera belleza pero tras una larga travesía de esfuerzo e incluso dolor) y que realiza una rememoración de una extraordinaria capacidad poética. Encuentro algo de retorno de lo reprimido o, mejor, de indagación en una escena traumática que remite a la pugna con las imposiciones paternas. Ahora es la misma creadora la que se pone dificultades, la que carga con un peso que no tiene que identificarse, mecánicamente, con la culpa. Está será una de las semillas, coreográficas (de un clasicismo desmantelado), de “Hacia un meridiano inquietante”.
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