En una oportunidad, fui invitado a una mesa redonda a propósito de una retrospectiva del artista geométrico y gestor del primer movimiento artístico local con pretensiones programáticas, Ramón Vergara-Grez. De hecho, él fue quien me invitó. Ya no recuerdo cómo pero de repente estaba enfrascado en un debate porque manifesté que estaba cansado del chovinismo así como del despotismo del “ius solis” manteniendo el “ius sanguinis”. En un caso como en otro, mi pasaporte no servía para nada. Entonces, como ahora, quería dar a entender que si abordamos la lógica de la circulación del arte (museos, bienales, espacios independientes, grupos artísticos) bajo la globalización desde la vereda opuesta, debíamos considerar algo así como la asertividad de Fernando ante el axioma de Lévi Strauss a propósito de la regulación de la distancia evitando el vasallaje, para sortear, de paso, lo que Domingo nos advierte en su particular estilo: la escatología mal entendida. La experiencia aduanera de la cultura, así, quedaría en un remojo inquietante. La conferencia terminó peleándome con el director del museo mientras el casi nonagenario artista moría de la risa. No era la primera vez que endosaba mi exclusión de libros, exposiciones y colecciones por palabras, palabras, palabras de chica joven. Y arrebatos familiares.
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