jueves, 8 de diciembre de 2011

DEL COMO LO QUE MIRO NUNCA ES LO QUE VEO


La historia del arte chileno ignora el arte de Rapa Nui. Un poco más de una década antes de la anexión al territorio chileno, el naturalista Rodolfo Philippi escribió y publicó “La Isla de Pascua y sus habitantes” (1873) donde consigna que la descripción del descubrimiento de la isla (1722) la encontró en la página 518 de la Suite de l´historie générale des voyages, tome XVII (Amsterdam, 1761) donde es señalada la presencia de habitantes gigantes de 12 pies y mujeres de 10 pies de alto. En 1769, se toma posesión de la isla en nombre del rey de España pero será la expedición científica de Cook (1774) y otras dos (La Pérouse, 1786 y von Kotzebue, 1816), las que nos legan los primeros datos fidedignos de la región, regentada por Tahiti hasta la compra chilena. Philippi documenta el tráfico de esclavos por parte de navíos europeos y latinoamericanos, dando a entender el origen de la hostilidad de los isleños y de los intentos de misiones religiosas provenientes de Chile para tomar cartas en el asunto. También, señala cómo en 1868, el buque inglés Topaze embarca moais para el British Museum, al igual como lo hizo la fragata francesa Flora en 1872 para el museo del Louvre. Hay un interesante pie de nota al respecto, a partir del diario de un alférez de la nave: “Cuando el bote de la Flora se acercó a la isla, los indígenas meneaban en el aire sus lanzas con puntas de piedra, etc, sus pagayas, i viejos ídolos. Si fuese cierto eso, indicaría que tenían, a pesar de la instrucción de los misioneros, todavía mucha fe en el poder de sus antiguos dioses, lo que confirma el hecho de que los oficiales de la Fiera hallaron en las paredes de las casas pequeñas, ídolos de palo envueltos en tejidos. Había muchos gatos i conejos en la isla, i los últimos se habían multiplicado tanto, que los naturales los vendían con gusto a los marineros al precio de una aguja por conejo. El verdadero motivo de nuestra expedición era el de llevar para el museo del Louvre uno de los grandes ídolos de piedra, y con este fin, marcharon cinco marineros bajo el mando del teniente Rodolphe. Todos los habitantes vinieron para ayudarles, bailaban, cantaban, hicieron una bulla infernal, i al volcar las santas estatuas, se mostraron tan vandálicos como nosotros mismos. Al cabo de una hora todo esta hecho: las estatuas yacían caídas y rotas, y se escogió una que debía figurar más tarde en el Louvre, entre los colosos de Egipto y Asiria.” En 1870, el gobierno chileno envía a la isla la corbeta O’higgins, expedición que brindará al naturalista alemán radicado en Chile la información para su libro donde junto con estudiar la composición geológica de los moais, nos da pistas sobre el primer moai traído al país: “En una de las casas había, enterrado hasta sus hombros enfrente de la puerta, un moai (estatua de piedra) que tenía figuras de aves i de rapas en la parte posterior de la cabeza. Este moai dejó al día siguiente la casa en que había habitado tanto tiempo, i dos días más tarde, fue embarcado en el buque con los gritos de alegría de los isleños. Es un enano, pues sólo mide ocho pies i se llama Hoa-haka-nana-ia, i la casa en que habitaba se llama Taura-renga.” Esto despertó mi atención, porque me pareció reconocer este moai (con su pukao) con el ubicado desde 1978 en el bandejón central de la Alameda (llamada Avenida Libertador Bernardo O’higgins como la corbeta que trajo dicha escultura de piedra). Pero no, era uno que originalmente iba a ser donado por la comunidad pascuense a España pero finalmente se quedó en Chile para pasar, desde entonces, graffiteado.

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