martes, 3 de mayo de 2011
"El himno extraoficial de la Unión Europea, oído en numerosos acontecimientos deportivos, culturales y políticos, es la "Oda a la alegría" del último movimiento de la Novena Sinfonía de Beethoven, verdadero "significante vacío" que puede representar cualquier cosa. En Francia, Romain Rolland la elevó a la categoría de oda humanista a la fraternidad entre todos los pueblos ("la "Marsellesa" de la humanidad"); en 1938 se la intrepretó como colofón de los Reichsmusikstage y, con posterioridad, en el cumpleaños de Hitler; en la China de la Revolución Cultural, en el gebril marco del rechazo en masa de los clásicos europeos, se la redimió por considerarla una pieza de lucha de clases progresista; en el Japón contemporáneo, se ha convertido en un objeto de culto, entretejido en la estructura social en virtud de su supuesto mensaje de "júbilo a través del sufrimiento"; hasta los años setenta, es decir, durante el periodo en el que los equipos olímpicos de las dos Alemanias tenían que actuar como uno solo, el himno que se interpretaba cuando un deportista alemán lograba una medalla de oro era la Oda y, al mismo tiempo, el régimen racista de Ian Smith en Rodesia, que proclamó la independencia a finales de los años sesenta para mantener el apartheid, se apropió de ella y la convirtió en su himno nacional. Incluo Abimael Guzmán, el lider de Sendero Luminoso (hoy en prisión), mencionó, cuando le preguntaron por su música preferida, el cuarto movimiento de la Novena de Beethoven. ASí pues, no resulta difícil imaginar una interpretación de la pieza en la que los enemigos más encarnizados, de Hitler a Stalin y de Bush a Sadam, olvidasen sus diferencias y participaran en el mismo momento mágico de extática fraternidad" (Slavoj Zizek: En defensa de las causas perdidas).
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