El diario español El Mundo criticó el uso de las bombas lacrimógenas usadas por la policía chilena, denunciando su fabricación exclusiva para el país y cómo estos cócteles disuasivos están prohibidos en la mayoría de los países del mundo. Andrei Tchernitchin, profesor de la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile, señaló que es probable que los fabricantes de estos tóxicos y químicos tengan estudios científicos, pero no dan a conocer los detalles. La polémica, más que necesaria, me remite al paisajismo de los pintores viajeros. En particular, en el cómo estos nómades de las beaux arts pintaban nuestros avatares hundiéndolos en el devenir de la flora y fauna de la región. En un giro complementario al forzamiento medioambientalista que propongo, sitúo como imperdibles los cuadros de historia pintados “de memoria” por Monvoisin en su retorno al Viejo Mundo, recreando la crónica roja de su estadía por acá. Los enredos de la contigencia mediante los empastes y la cromaticidad de estos artistas desvelan nuestra condición de continente subdesarrollado. Así lo veo. Y creo que lo consiguen con mayor eficacia que las morfologías que propusieron. Son gestos formales, indudablemente, pero venidos a menos porque la falta de mejoras en la salud, la educación, la seguridad, la previsión social son y siguen siendo parte de nuestro paisaje. Para quien crece expuesto a todo esto sumado a la actualización de los gases lacrimógenos y la polución, esto no es un problema. Es lo habitual. Cuando niño, la primera vez que ví la ciudad flotante de Bespin, su contaminado entorno era como estar en casa durante la primavera. Ahora que está tan de moda el control tecnológico de movimientos corporales y las experiencias sensoriales, auguro lo exótico que resultará la interactividad con olor a basural, residuos industriales y plaguicidas. Y obviamente, con los matices del monóxido de carbono, el dióxido de azufre, el óxido nítrico y los hidrocarburos. Un diorama enchulado del tercer mundo.
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