"El lugar donde ocurre el "efímero" es un espacio mal delimitado, de tal modo que no se sabe donde empieza el escenario y donde la realidad. La "banda" pánica elegirá el lugar que le plazca: un descampado, un bosque, una plaza pública, una sala-antiteatro de operaciones quirúrgicas, una piscina, una casa en ruinas, o bien, un teatro tradicional; pero empleando todo su volumen: manifestaciones eufóricas entre las butacas, en los palcos o en las toilettes, desbordantes por los pasillos, en la bodega, en el salón, en el tejado, etc. Se puede así realizar un efímero debajo del mar, en un avión, en un tren, en un cementerio, en una clínica de maternidad, en un matadero, en un asilo de ancianos, en una cueva prehistórica, en un bar de homosexuales, en un convento, en un velatorio" (Alejandro Jodorowsky: "Hacia el efímero pánico o de cómo sacar al teatro del teatro" (1965)). Ahora, 46 años después tenemos que devolver el pánico al teatro sin público. Y acaso literalizar todos los emplazamientos mencionados en la cita. Se trata de ser precisos y puntuales. Invisibles y estrategas. Todo para sacar el pánico de su manierismo.
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