Ayer fue una jornada lacrimógena. Fue el día de la zanahoria y el garrote. Una lapidaria mezcla entre “Groundhog Day”, “Back to the Future” y “After Hours”. A nadie dejaba indiferente ver tanto contingente policial ni tampoco la violencia y represión que ejercieron. Antes de que hubiese provocación alguna, estabas deambulando entre la bruma de los gases lacrimógenos y los chorros de agua. Muchas veces les he contado que vivo en el perímetro del barrio cívico y me creerán que la policía militarizada registró mi mochila. Me sentí de vuelta a los delirantes años ochenta pero habitados ahora por jóvenes sin los miedos atávicos por Pinochet. Les confieso que no fueron casuales los cientos de detenidos ni los uniformados y estudiantes heridos. El cacerolazo del final de la jornada en repudio a la represión contra los jóvenes ilustraba el engranaje de convivir con un gobierno desconectado de la ciudadanía y la insignificancia de la clase política para encarar la desigualdad social, cultural y económica. Ayer mientras hablaba con un amigo sobre el Salón Torre de Domingo, recordamos cómo con el Manifiesto Neopompier, Loyola Records desmontó en clave irónica la movida jurídica de 1981 y el boom de la gestión “cultural” como su síntoma. Confesaré que no fuimos los más populares por burlarnos de la parada hipócrita de la Concertación pero ayer cuando conocías que junto con la caída a un 26% de la aprobación al gobierno, la oficialidad relevada arrastra un 17 % de aceptación, entonces, anoche al cacerolear rememoré no los años ochenta sino la convicción que las demandas del Manifiesto Neopompier estaban vigentes.
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