Me encanta pensar que en 1957, mientras Ramón Vergara Grez pintaba su paradigmático cuadro “Carta abierta a Europa”, los desarrolladores pudieron trabajar directamente en los computadores, evitando el tedioso procesamiento por lotes. Eran tiempos de la Guerra Fría y el artista nortino estaba asombrado y atemorizado con el poder de la energía nuclear y la carrera espacial. Su “carta” era la interpelación de un artista de un país andino hacia un Viejo Mundo que se levantaba aceleradamente de la segunda guerra mundial pero que entraba en otra con un alcance planetario más insospechado. La pintura es la metáfora de un estado de ánimo metafísico que hace eco, entre muchas otras cosas, del lanzamiento del primer satélite no tripulado Sputnik 1. Vergara no pensaba en los primeros computadores pero intuía poéticamente los alcances de los cambios tecnológicos en la humanidad. Y su reflejo en los hábitos culturales. “Carta abierta a Europa” es una pintura tradicional en su factura pero cibernética en su conceptualización. El artista inventó morfologías con reminiscencias andinas y alusiones a lenguajes encriptados tecnológicamente. Ninguno de los signos dispuestos ordenadamente en la tela es idéntico, gesto programático para crear la tensión espectatorial de estar ante un lenguaje que debe ser descifrado. Vergara Grez me contó que mientras trabajaba en esta obra dialogaba sinestésicamente con su amigo, el compositor Juan Amenábar quien componía entonces su paradigmática “Peces”. Compartimos que la contemplación de su pintura debía hacerse escuchándola. Para corroborar esta tesis, fuimos el año 2007 en clave de “performance secreta” a visitar su obra colgada en el Museo Nacional de Bellas Artes, audífonos mediante, nos instalamos frente a la pintura escuchando la pieza electrónica de Amenábar y empezamos a leer un mensaje o una llamada telefónica de 1957 en formato de cuadro de caballete. Me dijo que eran tiempos donde el temor “tenía la geometría de un misil teledirigido”. Nuestra “acción” la hicimos mientras estaba siendo exhibida su última retrospectiva en el Museo de Arte Contemporáneo (MAC), la que tituló “Entre misiles y tiburones”, otra metáfora del contexto global y regional desde donde el artista ha levantado su mundo propio, un universo cósmico todavía por descubrir.
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